Friday, September 22, 2006

Ética, Actividad Pública y Educación

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, nos advierte que "el bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo; pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo y a un Estado entero". Max Weber distinguió entre los políticos que viven para la política y los que viven de la política. En el último caso, la ambición política deja de valer por sí misma y se rebaja al nivel de un valor instrumental al servicio del enriquecimiento. Si se indaga respecto de los más graves problemas que afronta y enfrenta la sociedad contemporánea, ésta que se asoma en el siglo XXI, no es difícil advertir que en la base de todos ellos se encuentra la ausencia de valores éticos, preferentemente los de orden superior, y la carencia de efectiva y real filantropía, esto es, amor a la humanidad y a nuestros semejantes. Si en el alma de los que tienen la real posibilidad de decidir siempre primara la conducta guiada por esos valores, por el humanitarismo, con seguridad el mundo de hoy no vería los errores y los horrores que es dable conocer y los que son posibles de atisbar y hasta pronosticar. La vida en comunidad es, hasta ahora, absolutamente necesaria, puesto que se ha demostrado que la mejor forma para que los hombres puedan superar problemas que individualmente sería imposible o muy difícil hacerlo es la "empresa" considerada en su modo más primitivo de conceptuación. La naturaleza humana, proveniente principalmente de su condición biológica, impone necesidades totalmente indispensables de satisfacer, pues, de otra manera, se arriesga la existencia del sujeto o de la especie; entre las más vitales: hambre, sed, dormir, protección del cuerpo de enfermedades e inclemencias del tiempo, reproducción, etc; las llamadas concomitantes culturales han llevado a un plano superior instituciones, usos y costumbres surgidos de los más básicos requerimientos naturales (por ejemplo, el matrimonio y todas las instituciones surgidas en su rededor, aparecen del sólo hecho biológico de la reproducción). Por otra parte, la "situación humana", al decir de Fromm, ha generado necesidades que sólo el ser humano experimenta: trascendencia, relación, arraigo, etc. Ambas necesidades, naturales y humanas, requieren de la convivencia y la vida en comunidad, vida que al estilo de la orgánica genera necesidades que no aparecen en la existencia individual. El "Bien Común" El denominado "bien común" equilibra los intereses legítimos y necesarios de satisfacer de cada sujeto y los de la comunidad. Encontrar los procedimientos y los recursos para dar la debida satisfacción a los requerimientos del bien común, conduce a la organización y a quienes la dirijan, y, por extensión, a los responsables de la patria y el Estado, unificados en la noble actividad de la política, que encuentra en la democracia, forma de vida y estilo de gobierno, el mejor modo de organización que se haya podido establecer. Los dirigentes políticos encarnan el ideal de la conjunción de intereses individuales y los colectivos, comunes o comunitarios. En el régimen democrático, que tiene, entre otros de sus supuestos básicos, la voluntad ciudadana, los dirigentes o gobernantes representan la voluntad de quienes los eligieron o la convicción de que aquellos, y no otros, son los mejores y más aptos para encontrar los caminos, las vías, los procesos para la deseada y a veces utópica conjunción de la individualidad y la comunidad, con resguardo de algunos otros elementos que la modernidad ha puesto como principios y valores deseables del régimen democrático, destacando la libertad y la igualdad, entendida esta última como la posibilidad de que todos los individuos tengan la misma posibilidad de acceso a los bienes sociales a similitud de requisitos para acceder a ellos y con atención preferente a los desposeídos o a quienes la propia sociedad ha puesto en situación de indigencia o desmedro. Vocación Pública: el Dirigente al Servicio de la Comunidad De estas ideas muy básicas, emana la condición de que los dirigentes sociales están al servicio de la comunidad, la llamada "vocación pública"; y no es la comunidad ni sus bienes los que están al servicio de sus dirigentes, lo que es más propio de los regímenes que, bajo diversos nombres en la historia, son la antítesis de la democracia. Desde antiguo, sin embargo, el individuo y la comunidad han debido hacer un distingo entre el bien y el mal (desde el paraíso, diría alguien); de allí las ideas respecto de la ética y la moral, herramientas del intelecto que han permitido -mediante diversos códigos de ese tipo- hacer la necesaria diferencia entre la luz y la sombra de las acciones. Se espera de quienes son los dirigentes la cultura suficiente, innata o aprendida, para realizar adecuadamente esta operación teorética de separar lo que es posible y deseable de hacer, conforme a las facultades que posee, y lo que no conviene ni es pertinente, de acuerdo a las mínimas normas de común aceptación. Asimismo, reconociendo que la perfección humana no existe, se espera, sin embargo, que los líderes sean hombre virtuosos o llenos de una vocación cívica y de servicio, capaces, en alguna medida mayor que menor, de convertirse en modelos de honor. Los valores, tema tan imbricado con la ética y la moral, se anidan en el espíritu y en la conciencia moral de los hombres, de acuerdo al tipo de educación - sistemática o refleja- que cada sociedad es capaz de entregar a los suyos y del modelo o traza de hombre que se busque como deseable en cada época de la historia. La historia, siempre buena consejera o excelente vitrina del acontecer humano, demuestra que en épocas de decadencia, de sombra, los modelos son diferentes a los de momentos de altura y de luz en la civilización. Una Educación Formativa De allí la necesidad de que la educación no sólo debe ser informativa, sino esencialmente formativa y ha de incluir elementos éticos claros, en los que los niños, jóvenes y adultos adquieran precisión y lucidez de lo que se espera, en sociedad, de los diferentes roles que se pueden ejercer en ella, con el agregado de la excelencia en la formación cívica para esclarecer los derechos, los deberes y las responsabilidades del ciudadano frente al Estado y viceversa, como también de lo que se espera de quienes son llevados, por la voluntad democrática y el adecuado funcionamiento de las instituciones, a conducir la comunidad desde cualquiera de los llamados poderes del Estado. Los chilenos tenemos la legítima opción de considerar mejor tal o cual corriente partidista como la más apta para la conducción del país. Igualmente -si los medios de comunicación gozan de auténtica independencia y libertad para juzgar los éxitos y los fracasos de los conglomerados que, transitoriamente, gobiernan el país - alcanzar todos, por sobre las diferencias partidistas, la coincidencia en la necesidad de obtener y mantener un gobierno probo y transparente. Creemos que la nuestra es una comunidad que busca, saludablemente, un mejor destino para los suyos. El espíritu nacional está básicamente sano y no descompuesto. Cualquier foco público o privado que no se avenga con la conciencia moral de la patria, ha de ser cuidadosamente considerado y amagado para que no cunda ni corroa a la población en sus diferentes instituciones. Y, singularmente, el sistema educativo -repetimos, sistemático o reflejo- debe estar alerta para mostrar lo que no es deseable, así como los daños que puede producir a la colectividad la carencia de ética en el ejercicio de las funciones públicas.

Autor de la Nota: Jorge Carvajal Muñoz
Ex Gran Maestro de la Gran Logia de Chile

Friday, September 15, 2006

Enrique Molina Garmendia, fundandor y primer Rector de la Universidad de Concepción.

Nació en la ciudad de La Serena el año 1871. Fue hijo del escribano Telésforo Molina y de Mercedes Garmendia, quien falleció cuando el futuro maestro tenía solo 4 años de edad. La iniciación escolar de Molina fue en la Escuela Pública de Niñas, período de su vida que él siempre recordó con el ojo del crítico profesor moderno: "Debo anotar que por desgracia el profesor no manifestaba ningún afecto por sus alumnos y parecía al contrario complacerse en atemorizarlos y hasta martirizarlos...". En 1887 y gracias al apoyo paterno, viajó a Santiago con el propósito de estudiar Medicina. Sin embargo, el alto costo de los libros requeridos lo hizo desistir, e ingresó entonces a la Escuela de Derecho. La fundación (1889) del Instituto Pedagógico, cuando él aún cursaba leyes, le presentó a Molina el camino de su verdadera vocación: la de maestro. Como él mismo lo señalaría más tarde: "En el Pedagógico aprendí a salir del marasmo en que me mantenían envuelto vicios contraídos en el liceo. Aprendí a trabajar, a estudiar y comencé a sentir el seguro resorte de una disciplina interior. Arraigó en mí la idea de que Chile necesitaba más profesores que abogados y educar se me presentó como una misión social. Fue la iniciación en la búsqueda de un sentido pleno de vida" .El 14 de marzo de 1902, mientras impartía docencia en el Liceo de Chillán, se recibió de abogado, profesión que nunca ejerció. Se casó con Ester Barañao, con la cual tuvo un hijo. Joven y entusiasta profesor provinciano Tras haberse titulado de profesor de Historia y Filosofía, Enrique Molina comenzó su carrera docente en el Liceo de Chillán, impartiendo las cátedras de Historia y Geografía. Tenía la tarea de implantar la reforma educacional decretada por gobierno. En ese recinto conoció al profesor de Castellano y Francés Alejandro Venegas, con quien desarrolló una estrecha y profunda amistad. Luego de 10 años en el Liceo de Chillán, decidió pedir su traslado a Concepción y allí permaneció durante dos años (1902). Revolucionario maestro talquino En 1905 fue nombrado director del Liceo de Talca, y llamó a Venegas a asumir la vicerrectoría de ese establecimiento. No fue fácil la tarea para el moderno director, en una ciudad conservadora y pacata, como era Talca esos años. Su decidida intención de entregar a las ávidas mentes juveniles principios científicos exaltando el poder de la razón humana, le trajo la molestia de la comunidad, como el mismo maestro lo señalara: "En realidad, las cosas se complicaban, mas no hasta el grado de hacer zozobrar la nave. Contábamos con el apoyo seguro del Conse Reconocimiento a su laborjo de Instrucción Pública, lo que no obstaba a que el ambiente dentro de Talca fuera para nosotros asfixiante. Nos sentíamos allí como de guarnición en una ciudad sitiada". Durante la dirección del Liceo de Talca, Molina publicó sus primeros trabajos: La Misión del Profesor y la Enseñanza (1907); La Filosofía Social de Lester Ward y La Ciencia y el Tradicionalismo (1909), y El Pragmatismo de William James . Sus escritos y su desempeño lo convirtieron en el pedagogo más prestigiado de su generación. Esto le valió el reconocimiento del gobierno, que lo envió a perfeccionarse a Alemania y Francia, en 1911, y posteriormente a Estados Unidos, en 1918, en Pedagogía y en la administración y organización de universidades. La Universidad de Concepción En 1916, Molina se hizo cargo de la rectoría del Liceo de Concepción. Desde ese cargo se convenció de la necesidad de ampliar los estudios, permitiendo así una salida universitaria a los jóvenes de la región, próspera económicamente y ya bastante poblada. Su iniciativa lo llevó a presentar su proyecto al mismo Presidente de la República, Juan Luis Sanfuentes: fundar una universidad en esa ciudad. Sin embargo, no tuvo éxito inmediato. Molina inició entonces una campaña para obtener fondos para la nueva universidad, que nacería en 1917 sin el apoyo estatal tantas veces solicitado por él y los penquistas. La creación de la Universidad de Concepción significó un enorme adelanto para la región, cuyo sostenimiento se aseguró con la creación de las "donaciones por sorteo", que sería el principio de la Lotería de Concepción (1921) Rector En 1918, Enrique Molina fue enviado nuevamente a perfeccionarse a Estados Unidos. Recorrió el país de este a oeste, conociendo las universidades de California, Leland Standford Junior, Wisconsin, Chicago, North Wester, Columbia, Yale, Filadelfia, Princeton y Harvard. Aun cuando su formación profesional era deudora de los maestros alemanes, la Universidad de Concepción nacería bajo la fuerte influencia del espíritu y método de las universidades americanas que Molina visitó. En 1919, sus veinte años de docencia y el prestigio que le dieron sus libros y conferencias, lo llevaron a la rectoría de la Universidad de Concepción. A través de este cargo le dio el espíritu a la institución, cuyos lemas serían: "Por el desarrollo libre del espíritu" y "Sin verdad y esfuerzo no hay progreso". Pedagogo y filósofo En su extensa carrera docente, Enrique Molina produjo un sinnúmero de artículos, libros y estudios, centrados en temáticas filosóficas, pedagógicas y sociológicas, así como también en el resultado de sus observaciones en los viajes. Entre ellos están Educación Contemporánea, Por las Dos Américas, De California a Harvard y Peregrinaje de un Universitario. Su obra filosófica -que lo convertiría en el más prestigiado filósofo americano de su tiempo- comprende textos como Filosofía Americana, Las Democracias Americanas y sus Deberes, Proyecciones de la Intuición, y Nietzsche Dionisíaco y Asceta. Liberal y demócrata La obra teórica de Molina fue esencialmente liberal y democrática. Conciente de su misión orientadora, en uno de sus discursos como rector, dijo: "Inspirémonos en el bien social, en la justicia y en la innegable solidaridad que nos liga a los demás hombres y ante todo a la nación en que viéramos la luz. No cumpliría mi misión si fuera de infundir virtud, de adiestrar los músculos e ilustrar el criterio de la juventud, quisiera encerrar sus ideas para todo el porvenir en un marco de hierro haciéndolas gemir y marchitarse bajo principios que no acepte el convencimiento. ¡Ah, no! Hay que ser libres para ser buenos por virtud propia. Y si mañana, obedeciendo a esta libertad, vosotros jóvenes pensáis de una manera distinta a la mía, siempre seréis mis discípulos y mis amigos porque la idea contraria no ha obedecido a fines cobardes y menguados sino que ha obrado espontáneamente y madura como el mejor fruto del alma". Ministro de Educación Pública Molina fue llamado por el Presidente Gabriel González Videla en 1947 para hacerse cargo de la cartera del Ministerio de Educación Pública. Aceptó con mucho entusiasmo tal designación. Sin embargo, muy pronto debió enfrentarse no solo a las limitaciones económicas de un presupuesto ineficiente, sino también a la crítica de su filosofía tildada de individualista y atea. A estas acusaciones con interés político, el maestro Molina hizo su debido descargo. Para Molina el lema del Estado docente no pasaba de ser "un verbal saludo a la bandera", ya que el gobierno no entregaba fondos suficientes a la educación. Eso movió al maestro a realizar una acción benéfica de orden persona, solucionando -dentro de sus capacidades- los problemas no solo económicos de los profesores, sino también familiares. Molina fue uno de los pocos chilenos que recibió una importante número de honores en vida, tales como rector vitalicio de la Universidad de Concepción, y profesor honoris causa de la Universidad de Chile. El prolífico maestro falleció el 6 de marzo de 1964 .